Maradona vuelve a casa


De antemano quiero avisar que este artículo no será ni la décima parte de lo que Diego Armando Maradona se merece. No obstante, quería rendirle mi pequeño homenaje al jugador más importante de la historia.

Ayer, tras enterarme de la nefasta noticia del fallecimiento de Maradona, cogí mi teléfono y hablé con varios amigos. Dialogando con uno de ellos le confesé que no sabía ni cómo empezar este artículo, a lo que él me respondió que quizá esa sería la mejor forma de hacerlo. Y llevaba razón. No sé qué decir ante el fallecimiento del “pelusa”.

Los de mi generación no vimos jugar a Maradona y, aun así, lo sentimos como parte de nuestras vidas. Desde chico, cuando veías a alguien en el patio del colegio sobresalir con el balón en los pies decías: “míralo, se cree Maradona”. Nada más lejos de la realidad, porque nadie podrá acercarse nunca a lo que supuso Diego para este deporte.

Cambió la historia de un país, de su amada Argentina, y de una ciudad como Nápoles. A los argentinos les hizo creer, les dio fe, esa misma fe que siempre le han procesado al “pelusa”. Maradona es literalmente un Dios en su país natal, y todos sus seguidores forman parte de dicha religión. Por otro lado, a la ciudad de Nápoles les regaló los mejores años de la historia del club italiano. Allí, Diego seguirá vivo para siempre.

Es curioso cómo sin haber sido coetáneo de Maradona todos lo hemos tenido siempre tan presente. Es increíble como asumimos su grandeza y continuamos con su legado, propagando sus hazañas y recalcando sus logros. Todos tenemos sus imágenes en la cabeza, el gol ante Inglaterra en el mundial de 1986 (considerado para muchos como el mejor gol de todos los tiempos), o la “mano de Dios”, gol que anotó en ese mismo partido. Desde sus calentamientos con bailes hasta sus malabares con una pelota de papel.

 


Sin embargo, a Diego siempre le persiguió la vida que tenía fuera de los terrenos de juego. Sus adicciones y algunas actitudes. No seré yo quien juzgue los actos del “pelusa”, porque para eso ya está la vida. En varias ocasiones él confesó que se había equivocado en muchos aspectos de su vida. Tal y como él dijo un día: “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha. La pelota es sagrada”. Y así debe ser. Lo que Maradona le dio a este deporte no habrá oscuridad que pueda cubrir todos los destellos que nos ofreció.

Y es que estamos ante el ídolo de todos nuestros ídolos futbolísticos. Pelé, Zidane, Ronaldinho, Messi, Cristiano, Raúl, etc… han manifestado la descomunal admiración que sintieron por Diego Armando. Su imagen supera la barrera de este deporte y llega a los referentes más grandes de cualquier ámbito deportivo. Todos admiraban las cosas que hacía Maradona.

Resulta inquietante como cada palabra que se escriba de Diego sabe a poco. Como me cuesta reflejar lo que Maradona supone para este deporte. Quizá porque nunca seremos del todo conscientes de lo que él ha supuesto para los amantes del fútbol. Su carrera es un legado familiar, que se pasará de padres a hijos. Mi padre me dijo que para él siempre había sido el jugador más grande que vio jugar. Que lo que Maradona hacía no lo había hecho nadie.

Cuesta desprenderse de algo que sientes como parte de tu vida. Desde que tienes uso de razón escuchas ese nombre una y otra vez. Te cuentan sus partidos, revives sus mejores momentos y piensas que ojalá lo hubieses podido ver en directo. En el fondo me entristece la perdida de Diego, porque desde que comencé en este mundo del periodismo deportivo siempre tenía la esperanza de poder charlar algún día con él, aunque solo fuese unos instantes…

Diego ya no está, pero no se ha ido, sino que ha vuelto. Maradona no ha muerto, sino que ha regresado al lugar de donde vino. Hace tiempo que para el “pelusa” la inmortalidad le alcanzó, y así será por siempre. El jugador de fútbol más grande que jamás haya pisado un terreno de juego no se irá nunca del verde. Cada vez que ruede un balón él estará presente. En un campo de tierra o en el estadio más grande del mundo. Su mejor amiga, la pelota, nunca olvidará cuanto la cuidó y lo que ambos conquistaron juntos. Este histórico y trágico 2020 nos ha quitado millones de cosas, y una de ellas es privarnos de volver a ver a Diego. No obstante, su carrera se escribe con letras de oro en los pilares más sagrados en la historia del fútbol.

Algún día lo volveremos a disfrutar, en el partido de las estrellas del cielo. Donde ya sabemos quién llevará el número 10, portando el brazalete. El pequeño, el “potrero”, nuestro “pelusa”. Aquel que nos ha dicho “hasta pronto”, que nos ha dejado la difícil tarea de “no manchar la pelota”, y que ahora, después de 60 años, ha vuelto a casa.

 

D.E.P.  Diego Armando Maradona (D10S)

 

MERITOCRACIA

Anoche la selección española arrasó al combinado alemán en un partido que pasará a la historia. No por la trascendencia del encuentro, sino por la “paliza” que los chicos de Luis Enrique le dieron al conjunto alemán, que no perdía por 6-0 desde que el 24 de mayo de 1931 Austria ganase por esa misma diferencia a la selección bávara.

No obstante, hay que poner los pies en el suelo. No somos campeones de nada (de momento), esta generación no ha conquistado ningún título. Ni hace una semana el conjunto de Luis Enrique era un despropósito, ni ahora estos chicos son el fiel reflejo de la España tricampeona. Calma y tiempo al tiempo.

Sin embargo, si hay cosas que me gustan. Me gusta el carácter que el seleccionador Luis Enrique transmite a su vestuario. Con la intensidad por bandera, y con un hambre voraz por conseguir grandes cosas con estos chicos. El entrenador asturiano no se casa con nadie y eso evita las confianzas excesivas y las comodidades extremas para estar en la lista de la próxima Eurocopa.

Me gusta que el portero de la selección española sea un chaval de 23 años que no juega ni en el Real Madrid ni el FC Barcelona. Un portero que estaba en el punto de mira de aquellos que tienen otros intereses diferentes a los del combinado nacional. El portero del Athletic de Bilbao (Unai Simón) demostró que puede ser un firme candidato para proteger la portería española, por delante de David De Gea o Kepa.  

Me gusta que José Luis Gayà sea el lateral izquierdo de este equipo, a pesar de no tener a la prensa de su parte. Un jugador que demuestra que, a su máximo nivel, hay pocos laterales izquierdos mejor que él. Pese a contar con la presencia de Reguilón (otro lateral de mucho futuro), a Luis Enrique no le tiembla la mano y no le importa el club de procedencia. Juega quien mejor esté, independientemente de otros factores.

Me gusta que un jugador de 20 años como es Ferran Torres sea una de las promesas del fútbol europeo. Me gusta más aún que el seleccionador le quite presión y pida cautela para dejarlo progresar, sin colocarle ya la pesada y enorme etiqueta de “superestrella”. Del mismo modo me gusta como se está tratando el caso Ansu Fati. La selección española cuenta con dos bandas (junto con Adama Traoré) que pueden ser dinamita, pero dejemos que la mecha se vaya quemando lentamente, no queramos detonar nada antes de tiempo.

Me gusta el centro del campo dirigido por Koke, quien ayer volvió a ser ese jugador que hace años prometía ser vital para la selección, protegido por el enorme trabajo de Rodri, cuya presencia en este equipo es, en mi opinión, de imperiosa necesidad. Me gusta la clase y el fútbol de Dani Olmo, y la técnica excelsa de Sergio Canales que tanta falta le hace a cualquier equipo. Me gusta las ganas de ganar que muestra en cada partido Mikel Oyarzabal, el vivo ejemplo de lo que siempre fue nuestra “furia roja”.

Es verdad que hay cosas por mejorar. Debemos encontrar ese nueve que le hace falta a este equipo. Puede que finalmente sea Morata o Gerard Moreno. O quizá esté en los “no convocados” como Iago Aspas o Paco Alcacer. El tiempo y los resultados lo determinarán.

No obstante, hay cosas que me gustan de este equipo. Me gustan las ganas que se le ven a los jugadores, me gusta la simbiosis que hay entre juventud y veteranía (con Sergio Ramos como el mayor líder y referente). Me gusta el ambiente que se respira, con un entrenador que “aísla” a los jugadores de todas las parafernalias de determinados intereses. Me gusta que se premie el trabajo, que nadie tenga su puesto asegurado, que juegue el que más se lo merece. Me gusta la filosofía que ha implantado Luis Enrique en esta selección, conocida popularmente como: meritocracia.