El fútbol en familia, el de toda la vida
Como extrañaba esta increíble
sensación. Y es que, después de muchísimos años vuelvo a pertenecer a un club
de fútbol. De esos humildes, los que no salen en los medios de comunicación, de
los de pueblo. Los de toda la vida.
Un lugar tan sano que el
simple hecho de ir a entrenar se convierte en el reencuentro diario con varios
amigos. Este fútbol es diferente, pero a la vez único. Aquí el delantero
estrella del equipo es el mismo que recoge los balones al finalizar el
entrenamiento. Donde el preparador físico es al mismo tiempo, el camarero del
bar que sueles frecuentar y un conocido de toda la vida.
Pero la grandeza de este tipo
de clubes está en el hermanamiento, en la unión que se crea con los miembros
del mismo, y que, desde este preciso instante, ya no serán simples conocidos
para ti. Nunca más. Se crea un vínculo muy grande entre chicos del mismo
pueblo, con diferentes gustos y aficiones. Incluso de generaciones diferentes, que
solo comparten un mismo objetivo: disfrutar jugando.
Lo maravilloso de este tipo de
entidades es que no priorizan lo deportivo, sino lo cercano, lo sencillo, lo
humano. Donde la ausencia y el dolor de un compañero se convierte
inmediatamente en la preocupación de todo un vestuario. Donde la primera
pregunta de cada día es saber cómo sigue aquel que, desde hace relativamente
poco, ya es un miembro más de esta familia. Su lucha se convierte en la
nuestra. Todos juntos.
Y hablando de familia, este es
otro factor importante. Aquí el padre de un jugador puede ser el cocinero del restaurante
que te gusta, el profesor de tu infancia, el policía del pueblo o tu propio
médico. Todos unidos en forma de afición, un domingo por la mañana. Sin obviar
en ningún momento que en dicho vestuario puede estar tu mejor amigo, cuñado o,
hasta tu propio hermano.
En este tipo de equipos, las
derrotas duelen como en cualquier lugar. Pero aquí no hay espacio para el
drama. Se hace autocrítica, desde la objetividad y la humildad, para poder
mejorar día tras día. No obstante, todo se analiza mejor en frio, por eso una
vez finalizado el encuentro, nada como hacer un día de convivencia con el resto
del equipo, mientras la familia y amigos siguen arropando a sus chicos, sus
jugadores favoritos, sus estrellas. Esos que son, en muchos casos, sangre de su
sangre.
Hacía mucho que no disfrutaba
tanto. Supongo que a veces no se valora lo que has tenido. En el fútbol y en la vida, nos cegamos con la grandeza, lo
superficial, lo que tiene mucha repercusión, y no debería ser así. Porque no
hay nada más grande que algo sencillo. Donde los "buenos días" y un "qué tal", son
tan frecuentes como necesarios. Gracias a esta familia, he vuelto a vivir el
fútbol desde abajo, aquel que es puro, el que siempre estará ahí y que nunca
debe desaparecer. Ese que no hace otra cosa que enseñarte día tras día.