El error de un jugador único


J.F. Frutos Casado


Silencio y admiración. Esto fue lo que provocó Leo Messi el pasado domingo en el partido que enfrentaba a los dos mejores equipos del mundo. No solo por sus dos goles, que sin duda le dieron la victoria al equipo blaugrana, sino por cómo consiguió enmudecer al Santiago Bernabéu, precisamente en los minutos que tiene una clara connotación madridista: el descuento.

Nada nuevo se puede escribir sobre el nivel futbolístico del astro argentino. Su abanico de exhibiciones no parece tener límite alguno. Cuando parece que Messi ha mostrado su última carta, cuando parece que nada nuevo puede hacer, él se reinventa y consigue hacer que los demás jugadores se desvanezcan en el terreno de juego. Y es que pocos son los privilegiados que pueden hacer frente a la estrella de Rosario. Se suele decir que las comparaciones son odiosas, y en el caso de Leo, son innecesarias, no hay nadie como él.

Sin embargo, hubo un detalle que empañó, en cierto modo, el recital del argentino. Tras anotar el gol de la victoria, en pleno éxtasis de felicidad, Messi se quitó su camiseta y la mostró al respetable, en una muestra de vanidad impropia del que dicen que es un jugador humilde. Sinceramente, no me imagino a Andrés Iniesta haciendo ese gesto. Es más, el manchego marcó el gol que todo jugador querría anotar, el que otorga a un país el campeonato del mundo. En este caso, la diferencia fue que el de Fuentealbilla se despojó de su elástica para brindar  homenaje a su amigo fallecido, en un alarde de humildad inusual de una estrella mundial, muy difícil de realizar en un momento de tanta efusividad.

El jugador del FC Barcelona quiso dejar claro, con el gesto de su camiseta, quién ganó el Clásico, quién dominó y quién marcó las diferencias. Algo innecesario, porque cualquiera que hubiese visto el partido era consciente de ello. La falsedad que reina en esta nación, otorga el calificativo de grandeza a la celebración de Leo, cuando en otras ocasiones se ha condenado a otros por acciones similares. Supongamos que esa acción, esa decisión de mostrar su dorsal ante una afición rival, la realiza otro futbolista en un escenario totalmente opuesto. Si en lugar de ser el de Rosario, dicha acción hubiese sido cosa de la estrella de Madeira, los halagos y admiración se tornarían en insultos y menosprecios. Es así, y no reconocer esto no hace sino enfatizar más aún mi idea de la hipocresía inherente a la sociedad española.


Pero sinceramente, el partido del pasado fin de semana no será recordado por la celebración de Leo, le pese a quién le pese. El clásico del pasado domingo ha sido una de las incontables páginas doradas que Messi se ha propuesto escribir en el libro de oro de este deporte llamado fútbol. Que el número diez blaugrana es historia viva es una evidencia, que nosotros somos unos afortunados por poder verlo jugar, es una certeza.